sábado, 11 de agosto de 2012

Muerte.

Otra noche más, y seguía sin ser mi cama. Ni mi cama, ni mi casa, ni mis obligaciones, pero ésta soy yo.
Acarreando problemas ajenos desde hace ya casi veinte años.
La vida se le iba en cada suspiro que daba, cada abrir y cerrar de ojos era un sueño que volaba, cada palabra que no pronunciaba era una lágrima en mi mejilla.
Aquella dama de negro era su compañera cada madrugada, y al alba yo sólo podía despertarme y observar como seguía respirando, como lograba esquivar aquel beso mortal noche tras noche.
¿Durará todo este pesar más tiempo?
¿Será mi mano la última que acaricie antes de sumirse en el sueño eterno?
Qué de dudas, qué poco tiempo.
Si bien nunca pensé que podría hacer esto por ti, tampoco pensé que podría ahogarme en un mar de lágrimas cada noche, viendo como poco a poco me abandonas, nos abandonas.
Es tarde ahora, abuelo, para vivir del pasado, para remendar heridas anteriores, para sofocar el daño causado, pero aquí sigo yo, tu niña, aferrada a ti, como me aferro a la esperanza de escucharte un perdón, para que pueda sollozar en tus brazos cansados diciendo lo mucho que te quiero y afirmándote que no hay rencor en mi interior para ti.
Colúmpiame ahora en la esperanza, más fuerte, más fuerte, hasta las nubes, haz que toque el cielo con mis manos, permíteme nadar en tus ojos celestes, hazme creer que aún sigo siendo aquella infanta a la que ibas a recoger a la guardería y la llenabas de besos y caricias.
Inventa que fuiste un padre para mi.
Puede que sea tarde, abuelo, para vivir del pasado, pero déjame en tu partida, qué menos, que ganas de luchar y el fruto de aquel árbol que plantaste para mi, haz que crea en la humanidad, haz que confíe, haz que te perdone.

No hay comentarios:

Publicar un comentario