De madrugada, de nuevo, te espero sentada en mi puerta.
Y ahí estás tú, como cada noche: cómplice, amigo, persona.
Aún no te haces una idea de lo mucho que estás haciendo por mi, de lo que representas en mi día a día.
Manos pequeñas, espalda tatuada, tabaco, maletero y conversación.
No puedo evitar sonreír cada vez que te veo, has llegado justo en el momento indicado.
Las casualidades no existen y llegados a este punto nos preguntamos: ¿y por qué no?
El día y la noche, ya lo sé, pero en eso consiste, la vida sería horrible si sólo existiese el Sol, si la Luna, cansada, abandonase su labor y nos sumiese en un profundo día eterno.
Y qué haremos si la Luna no brilla a través de tu ventana, si no me regala un guiño la noche para poder gozar de ti y contigo.
¿Qué hago yo si no te tengo para enseñarte lo que es Magia?
¿Qué harás tú si no me tienes para enseñarme que es realidad?
Límite, límites, palabras que no me gustan, extremos, bordes; estoy cansada.
Eres mi cable a tierra, ahora, deja que fluya el arte y permíteme ponerte alas.
¨Escatológicamente¨ hablando, claro.
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