miércoles, 20 de abril de 2011

Rozando lo vulgar.

Me encontraba en mi cama, sumida en mis pensamientos, a punto de dormirme cuando una imagen de ti cruzó mi mente. Tú, siempre tan incorrecto.
Te encontrabas encima de mí, tus músculos estaban agarrotados, tensos, entonces, después de varios segundos te dejaste caer sobre mi pecho desnudo, completamente relajado.
No hay nada que adore más que tu imagen tocando el cielo.
A veces eres así de cruel conmigo, supongo que es lo que me excita:
Te vas, vuelves, estás de buenas, estás de malas, me quieres, me traicionas, me haces sentir la mujer más deseada del planeta, dejas de tocarme durante semanas…
Hoy era la última opción.
Llevabas sin desnudarme, ¡sin ni siquiera levantarme la falda! dieciocho días, y de un momento a otro te cruzas en mi mente semidesnudo en mitad de un orgasmo, eres ruin.
Después de pensar en lo tantísimo que te llego a desear a veces, en lo mucho que me apeteces a lo largo del día, decidí enfocar mis pensamientos hacia recuerdos a tu lado. A tu lado, arriba, abajo, bueno, de la forma que quieras.
Pensé entonces en tu espalda desnuda, en tus besos húmedos, en tus caricias comprometedoras y me aceleré.
La masturbación para mí siempre fue una opción, una vía de escape, algo con lo que relajarme, y, para qué mentir, hubo días en los que llegué a rozar la ninfomanía.
Podría haberme conformado con tocarme recordándote, pero gozo de una buena imaginación y decidí hacer realidad mis fantasías contigo en una noche solitaria.

Me puse en situación:
Tocabas el timbre, te abría la puerta y, directamente, te lanzabas a mi cuello. En estos juegos me gusta ser la presa, carne jugosa para tu paladar.
A la vez que imaginaba cómo me desabrochabas los tres primeros botones de mi camisa, me metí una mano bajo la camiseta y empecé a acariciarme los pechos, mientras, tú, en mi imaginación mordías con cuidado mis pezones.
Acto seguido, me empezaste a susurrar cosas obscenas al oído, a la vez que jugabas con tu lengua en mi oreja, te agarré la cintura con fuerza y te acerqué a mí.
Te noté debajo de mi ombligo, llegados a ese punto, sabía que estabas en mi terreno. Así que una vez que hubo volado mi camisa y mi sujetador, te quité tu camiseta y te desabroché el pantalón.
El mero hecho de imaginar tu torso desnudo me hizo estremecer, entonces sumergí mi mano derecha debajo de mis bragas y empecé a acariciarme. Estaba mojada de esa humedad que tú me conoces.
Imaginé como poco a poco terminabas de desnudarme mientras me vestías de besos y mordiscos.
Me ataste, para que, lejos de poder defenderme, hicieses conmigo lo que se te antojase.
No pensaba ponerte impedimentos igualmente.
Seguiste tocándome, jugando con mi cuerpo, hasta que entre gemido y gemido te supliqué que te metieses dentro de mí.
Eso era lo que te gustaba, sentirte poderoso, dueño de mi cuerpo, adorabas que fuese tan de tu propiedad.
En el momento en el que imaginé como me hacías el amor desenfrenadamente, empecé a usar mis dedos para llegar al clímax.
Tras un rato viéndote de una manera tan lúcida en mi mente e imaginando que no eran mis manos las que me tocaban si no las tuyas no pude más y en una explosión de energía me dejé ir.

Me quedé relajada y poco a poco tu imagen se fue evaporando de mi cabeza.
Te fuiste, como te vas todas las noches de mi cama y me dejas dormir sola, abrazada a la única esperanza de volver a verte al día siguiente.
Hace dieciocho días que no te siento dentro, te echo de menos.
La masturbación no está mal pero esto empieza ya a rozar lo vulgar.

1 comentario: