miércoles, 25 de septiembre de 2013

Hablemos de estereotipos:

Tras varios años diagnosticada y luchando día a día por superarlo, me encuentro hoy con esto.
El trastorno límite va a perseguirme toda mi vida. Antes, esta idea era un susurro que de vez en cuando se me pasaba por la frente, pero era entonces, una mera sombra, una turbia realidad que según mi subconsciente podría aparcar en el momento que me fuese realmente necesario.
¨Cuando tengas treinta años todo esto habrá pasado, serás lo que todos llaman una persona normal y tendrás una vida estupenda lejos de toda esa mediocridad que siempre crees que te rodea.¨
Cuando tenga treinta años...¿y mientras qué?
¿A caso son estos diez años que me quedan por delante una mera transición?
¿Me quedan diez años de relaciones tristes y grises que acaban siempre en un ¨te quiero pero no puedo soportar esta situación¨?
Enamoro por lo que soy, gusto por lo que soy, por mi naturalidad y mi honestidad, por mi forma de vivir, les gusto porque les doy vida.
Cogen de mí eso mismo, mi vida entera, porque entrego lo intregable y cuando se cansan, cuando ser borderline deja de ser divertido, curioso, enternecedor, raro y divertido se marchan.
Y lo peor no es que se marchen, lo peor es que me dejan por lo mismo que algún día me quisieron.
Porque cuando una persona me conoce, automáticamente me adora, es algo casi instantáneo: ¨No hay nadie como tú, desprendes luz, desprendes vida.¨
Soy algo que se ven en la obligación de curiosear, de observar y analizar, y dos meses más tarde, después de mi segunda crisis de ansiedad y mi tristeza consentida, soy algo que tienen que salvar.
Entonces, cuatro meses después de eso, después de alguna pérdida de control por mi parte, se dan cuenta de que no tengo salvación, que por más que me tiren salvavidas, yo, prefiero hundirme.
Y se van.
Y claro, yo me quedó ahí, sentada, tardando meses en asimilar lo que ha pasado, llevando mientras un día a día normal en el que ¨no ha pasado nada¨.
Te rompen el corazón, te dejan sin dignidad y para mí, no ha pasado nada.

La primera vez que me abandonan (qué me gusta esta palabra, es tan dramática) y utilizan la frase: Te quiero, pero no puedo más. Me llega a parecer hasta poético. Después llegaría la indignación en forma de pregunta:
¿Que tú no puedes más? ¿A caso has hecho algo por mí?
Y claro que lo hizo, lo hacía día a día, pero era más fácil culparle a él por (voy a repetir esta palabra las veces que sea necesario) abandonarme, que pensar que hacía tiempo que me había abandonado yo misma.
La segunda vez que te dejan con la misma puñetera frase (en ese momento no sabía la de veces que se me repetiría la escenita a lo largo de mi vida) entras en cólera y la indignación se torna ira:
¿Tú también? Que pronto te cansas tú ¿no?
Y te duele, porque todas las rupturas duelen, pero como que lo dejas pasar porque vuelve a ser mucho más fácil dejarlo ir que  afrontar que ha sido tu culpa.
Y entonces llega la vencida, la tercera, en la que cuando se pronuncia esta misma frase, en boca de un tercer hombre y ahí ya hasta te ríes.
Te ríes los diez primeros segundos, porque te hace gracia la de veces que te han jurado y perjurado amarte sobre todas las cosas y de un día a otro, te siguen queriendo igual pero están cansados.
Soy como esa maratón para la que llevas preparándote toda tu vida, y que cuando llevas ya tres horas corriendo sin parar te cansas y tiras la toalla preguntándote algo que yo me pregunto a menudo: ¿Para qué?
Después de esos diez segundos de risa, se te cambia la cara y te das cuenta de tu verdad:
El problema no son ellos, el problema eres tú.
La tercera ruptura, no es que no te importe, pero es que llega un momento en el que estás tan acostumbrado a que te partan por la mitad que como que lo superas en menos tiempo y con menos insomnio.
¿Cuántas veces puede romperse un corazón y esperar de él que siga latiendo?

Y decides ¡por fin! tomar las riendas de tu vida y pasar página, porque ¿por qué esperar diez años para tener una vida lejos de lo mediocre? ¿por qué no enamorar y gustar ahora y para siempre y no esperar a cumplir la treintena?
Te agarras a la vida como si fuese un clavo ardiendo, me agarro a cada canción, a cada paso que doy, a ese ¨estoy donde tengo que estar y haciendo lo que tengo que hacer¨.
Y me repito cada día frente al espejo: Tú puedes, eres importante, vamos a superar solas este trastorno (que cada vez que alguien llama enfermedad me rompe el alma) vas a hacer las cosas bien, por ti, no porque no te dejen, al fin y al cabo en el amor siempre hay perdedores, si no para que te dejen a poder ser por otro motivo que no sea algo que tú no has buscado.
Y lo hago, en dos meses cambia mi vida, es algo casi mágico, el tlp queda lejos y ya no se habla de diagnóstico, se habla de un tipo de carácter, yo soy así porque soy así, no porque haya tenido una infancia jodida y tenga en mi vida adulta traumas que intento cerrar.
Soy lo que tengo que ser.
Y entonces vuelvo a encandilar (y a dejar que me encandilen) y lo primero que pienso es: Esta vez si me dejan será porque no me quieren, no porque ya no pueden más.
Esta vez seré yo misma, una persona agradable con la que se puede hablar de cualquier tema sin tapujos, lejos de todas esas cosas anodinas con las que una tía de mi edad te taladraría la cabeza.
Esta vez voy a enamorar yo, no un diagnóstico.
Y me encuentro con que no, siempre con que no.
Y mi niña interior histérica e histriónica, llora, patalea, se frustra, me culpa y me odia.
¨Otra vez vuelve a ser tu culpa¨
Y me sale en neón en letras enormes en mi cabeza: ¨Eres tú la culpable de este juego sangriento.¨
¿Y ahora qué hacemos?
Andar, qué vamos a hacer, seguir hacia delante y dejar de apuntarte con el revólver.
Pero sin ganas, la verdad. Hoy camino sin ganas, mañana quizás sea otro día.
Otro día con nuevas oportunidades que se me antojan aburridas, porque, después de un tiempo sabiendo que me queda mucho que trabajar conmigo misma, tenía claro que lo estaba superando y que esto no iba a coartarme la forma en la que quiero vivir y las relaciones interpersonales que me gustaría tener.
Y con la realidad me doy de bruces cuando me doy cuenta de que más que un diagnóstico, el trastorno límite de la personalidad es mi sombra. Me persigue.
Y que haga lo que haga, me esfuerce lo que me esfuerce siempre va a estar ahí, mirándome frente a frente en el espejo de forma altiva, como gritando con los ojos un ¡me perteneces!

Así que hoy, esta mañana en la que he perdido los nervios después de dos meses sin una sola crisis, sólo pido que no me traten como un concepto a analizar, porque no lo soy.
Soy una persona con un problema, si quieres descubrirme, no me abandones  cuando veas que detrás de toda esa felicidad que rebosa, hay una tristeza que ahoga.

Sólo pido fuerzas para aguantar un día más, para no tirar por la borda el trabajo realizado en este tiempo, mis avances, porque juro que son más de los que nunca pensé que podría hacer. Y darme cuenta de que esto va a perseguirme siempre sólo me dan ganas de dejarme ganar, porque una guerra constante en mi cabeza es mucho más difícil que una maratón de tres horas.

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