lunes, 15 de noviembre de 2010

Ángel.

Ella te cantará nanas, te guiará, guardará tus sueños desde el Cielo.
Será tu ángel, sereis luz de estrella en el horizonte.
Tu llanto será su llanto, tu risa llevará el reflejo de la suya.
Hace dos años que partió, que su voz se apagó, pero te aseguro, Pequeña, que está a tu lado, a nuestro lado.
A veces te acaricia el pelo, y te susurra un te quiero, para que duermas tranquila y se desvanezcan tus miedos.
No se irá de tu vera, siempre serás su estrella, aquella que alguna vez colgó de su cama.
Será tus cinco puntas, tu cable a tierra, primero tu tacataca y después tu muleta.
No se dará por vencida para verte triunfar, alabará tus encantos hasta las nubes, reirá al ver contonear tus caderas y al escucharte hablar por primera vez.
Aqui está ahora, con todos nosotros, guiñándonos un ojo desde el más allá, acunándonos en sus brazos.
No es absurdo decir que siempre estará para ti, Rocío, y para vosotros, Raúl, Andrés y Antonio, para estos cuatro ángeles terrenales, para estas cuatro almas puras sin miedo ni maldad que nos devolvió el azar para tapar tu pérdida.
No te olvidamos, Abuela, siempre estarás presente, en nuestras mentes, en nuestros actos, en nuestra mesa, en nuestros recuerdos.
No dejes de mimarnos desde donde quiera que estes, pues, en días como estos, te siento presente, velando ahora, por los más pequeños de esta casa, y por los mayores, en los que me incluyo ahora, que no antes.
Aunque no estés en sus recuerdos, estarás en su día a día, en su presente, pues formas parte de ella, de ellos, como el aire, el agua o la tierra.
No te marches de su lado, cuídala, pues es el regalo que nos ofreciste por las lágrimas derramadas en tu partida.
Hazla crecer fuerte y digna, valiente y sincera, honesta y pura.
Hazlos crecer a ellos también, en tus faldas, aislándolos de lo malo, del ruido oscuro de la soledad, aquella en la que nos sumiste y ahora, con nuestro pequeño ángel terrenal, Rocío, nos has hecho volver a la vida.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Atrévete, dijo el Cobarde.

Cambia, sé lo que pienso,odio esta estúpida sensación de soledad prestada.
Echar de menos siempre se me dio extrañamente bien.
Mis manos, ahora, solo sirven para secar aquel sudor que nunca llegaste a derramar junto a mi cuerpo.¿No es frustrante?
Tus palabras solo me sirven de pasatiempo, y es absurdo negar que no te extraño. Que no extraño decirte lo bien que me ha ido el día, hoy que brillo con mi propia luz.
Que el Sol me sonríe hipócrita, mientras me susurra que no saldrán todas esas palabras de tu boca,que mi sudor ya no será tu sudor y que tu cuerpo no llevará la marca del mío.
Pero, seamos realistas, hace tiempo que dejaste de desear mi alma, de calmar tus ansias en mi ombligo.
Te pedí mil y una vez, veintiseis veces infinito que cambiases, que volvieses a enamorarme. Lo intentaste, amor mío, pero la noche no ha de tornarse en día, y los eclipses ocurren cada demasiado tiempo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

El chico piedra no se deja caer.

O más bien derrumbar, como prefiráis decirlo.
Hay personas a las que la lógica les puede, son maniáticos de lo perfecto, y en su misma perfección dicen ser imperfectos. No tiene sentido.
Es difícil encontrar a alguien así, difícil es también llegar a interesarles, a atarlos a tu vida como el más brillante diamante sin miedo a que se esfumen con una risa malévola, en una nube de humo. Ya se sabe que hay chicas torbellino que no están a la altura.
Él era así, el chico piedra. Nada le perturbaba su milimetrado mundo, se prohibía dejar fluir los sentimientos, eso podría derrumbarlo, eso podría cambiar su planeado futuro.
La parte racional de su cerebro ocupaba gran parte de su corazón y de su alma, aunque, para qué mentir, tenía una gran facilidad para quitarse esa armadura rocosa que decía poseer de vez en cuando, y soltar algún que otro comentario bonito no comprometedor.
A veces cuando se quitaba esa máscara blanca y negra levantaba una ceja y se dejaba mimar. Nunca demasiado, que conste.
El chico piedra tenía un gran sentido del deber, unos grandes ideales por los que luchar, una manera de ver la vida un tanto peculiar, supongo que está bien eso de razonar antes de actuar, él no se dejaba caer nunca, no se lo permitía, era demasiado perfecto como para dejar su dignidad por el suelo, ya se sabe, solo hay una oportunidad. Eso sí, con la más resplandeciente humildad que he visto jamás.
Alguna vez, al chico piedra le hicieron daño, el suficiente como para cerrarse en banda a dejarse ser él mismo, a dejarse volar, a dejarse girar. A dejar aparecer en su vida al chico torbellino que tiene encerrado en el lado negro de su tan estrambótico ying yang.
Así pues, la chica torbellino se despide pidiéndole al chico piedra que no se adapte más, debería saber que las piedras no son volubles. Sigue sin tener sentido.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Y no comieron perdices.

La cara irónica de la vida le lanzaba un guiño, le levantó una ceja y la dejo volar sin rumbo.
Los cuentos solo están en el papel, y, aunque ella escribió con su misma sangre uno de los cuentos más bellos de la historia, con su gordo dragón, su doncella encantada, su princesa dormida y su enorme castillo amurallado, no sirvió de nada.
Aquella princesa no se despertó a base de besos, ella era más sádica, se despertó a causa de golpes, de esos que te pellizcan el estómago y te provocan náuseas, esos que se pulen con tristeza y desengaño.
No necesitó un corcel blanco para escapar ni siquiera un hada madrina, su varita mágica no soltaba polvo de estrellas, si no humo.
Puso punto y final a un cuento maravilloso en el papel, e increíblemente doloroso en la realidad, ya se sabe, las películas basadas en libros son siempre malísimas.
Y se marchó, aquel príncipe que, de algún modo jamás logró serlo, se perdió en las arenas del tiempo, en otro continente, en otra ciudad.
Ella, se disfrazó de bruja, a veces el malo es el que mejor se lo pasa, y salió a la vida, sonrió y se propuso seguir levantándole la ceja a cualquier ser encantado o encantador que pasase por su lado, quiso adoptar esa cara irónica de la vida que tanto, a veces le pesaba, pero al fin y al cabo su escoba era mucho más cómoda que cualquier caballo rescatador.