Una vez te prometí que te escribiría. Una vez hará dos años.
Y ahora, cuando hace más de uno que nos odiamos, puedo escribir cuanto te quería. Ahora, que ya no volveré a verte jamás y me pareces una mala persona. Una persona que ya no quiero en mi vida.
Seguro que esto te parece una soberana estupidez y que en tu forma pretenciosa de reírte de la gente y de mí, si lo leyeses, sólo sonreirías pensando ¨Valiente payasa.¨ Pero ambas sabemos que dentro, quizás no tan dentro, te resultaría poético.
Dudé tanto contigo, que acabé dudando de mí misma.
Todas las mujeres que veía por la calle se me antojaban parecidas a ti y ninguna, al fijarme, desprendían ese halo especial que tenías para mí.
Ninguna se tomaba con tanta gracia el café en vaso de plástico blanco. Ninguna se manchaba la nariz.
Cuántas veces te miraba y tenía ganas de darte con el dedito para limpiarte y no lo hacía porque me resultabas preciosa con la naricilla mojada.
Qué quieres que te diga, si me enamoraba como un fan de tus gestos y tu forma de mirar.
Hubiese dado cualquier cosa porque me pintases en uno de tus lienzos, con esa forma de garabatear tan caótica como tu mente.
Aquella mente que soñaba con desnudar constantemente.
Aquella necesidad imperiosa de saber en qué pensabas.
¡Me parecías tan interesante!
Hubiese secado ese pelo mal cortado lleno de lágrimas de aquellas duchas que acababan en llantina en la bañera y sonrisas en la calle.
Me hubiese bebido contigo la vida misma en cualquier recipiente de vidrio que nos sirviese de vaso.
Te hubiese elegido a ti, si en todos esos paseos por el parque camino de mi parada me hubieses besado.
Eras mi por qué en ese autobús todas las mañanas.
Habría sido bonito que te hubieses levantado una mañana y simplemente lo hubieses sabido. Hubiesen sido bonitos 500 días contigo.
Pero lo elegí a él y todo se fue al garete.
Estaba ensimismada por tu libertad y tu libertinaje, pero no tuve valor.
Hacía eso, más de un año que no me acordaba de ti y pensando en las cosas que he dejado a medias en mi vida, un fotograma en blanco y negro tuyo ha cruzado mi mente. Tú, con gafas de sol y jersey cutre que comprabas por cincuenta céntimos.
A ti, Zoraida, porque una vez te quise.
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