miércoles, 31 de agosto de 2011

Tenedores:

La vida es como el cajón de los cubiertos:
Hay un sitio donde te pinchan, otro donte te cortan, otro donde te elevan y finalmente un sitio donde te ayudan a recoger con cuidado las partes más pequeñas de tu ser.
Entonces, cuando vas a comerte el postre y buscas una cuchara pequeña encuentras, mezclado entre todas ellas un pequeño tenedor.
¿Alguien se ha parado a pensar cómo se sentirá ese solitario tenedorcito entre tantas cucharas?
¡Pobre tenedorcillo!
Demasiado pequeño para el mundo de los grandes tenedores, demasiado tenedor para el mundo de las cucharas.
Es ahí cuando se siente vacío y solo. Sin una utilidad obligatoria, sin nada por lo que querer emerger de su tumba de metal.
Cuando hay niños lo utilizan y se llena de felicidad a la vez que se llena de comida, pero cuando esos niños crecen lo abandonan, solo de nuevo, mientras todas las cucharillas consentidas se ríen de él.
Pero, como en la vida, en el cajón de los cubiertos también ocurren milagros, y entre cucharilla mimada y grandes tenedores con pinta de triunfadores aparece otro pequeño tenedorcito que se encuentra solo y sin ninguna meta en la vida.
Sus caminos se cruzan, entrelazan sus puntitas y dejan al resto de cubiertos asombrados, pues aunque los humanos algunas veces se olviden de ellos podrán compartir sus días feliz y metálicamente.
Si te paras a pensar, por ser diferente te libras de algún que otro mordisco y de una sacudida en el lavavajillas.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Azufre.

Existió alguien una vez en mi vida, quizás deba decir que aún está en ella, pero es una situación díficil.
Llegó sin esperarle e inundó de paz mi alrededor, pero, al igual que apareció deprisa se fue sin esperarlo.
Él es así, cruel conmigo. Viene, me ilusiona y luego friamente hace añicos mi mundo para marcharse con aires de conquistador.
Sabe de todas las grietas de mi alma, besó cada una de mis cicatrices, reconoce el dolor en mi mirada en un abrir y cerrar de ojos.
Lo sabe todo de mi.

Hubo un tiempo en el que lo amé con todas mis fuerzas, quizás aún siga amándolo, quién sabe, pero de lo que estoy segura es de que llego a odiarle tanto como le quise.
Odio su impuntualidad, su egocentrismo, su forma de besarme, su forma de abrazarme, su forma de hacerme el amor.
Me odio a mi misma cuando estoy con él, odio cuando le quiero y cuando me irrita.
Sigue siendo una situación difícil.

Saben, éste no es el mejor texto que he escrito, porque ni siquiera yo sé lo que quiero expresar en él, solo quiero saber qué hay dentro de esta paradoja llena de antítesis que me hacen poco a poco volverme loca. Sentir amor y odio dentro de una misma frase, mezclar añoranza y rabia en la misma estrofa, acariciar con mis labios la dulzura de su piel y quemármelos cada vez que le escribo algún que otro verso.
Estoy confusa y es que, como él mismo dijo, dejó de ser bonito y se tornó necesario en mi día a día, tan jodidamente necesario que llega a doler y estoy cansada.
Hay una lucha constante en mi interior, llamémosle coherencia versus irracional sentimiento. Algo que mi trastornado cerebro procesa pero que no sabe llevar a palabras.

Podría buscar miles de sinónimos con los que poder explicar qué es él para mi, pero sólo se me ha ocurrido éste:
Existió alguien una vez en mi vida, quizás deba decir que aún está en ella, pero es una situación difícil, pues es como el Azufre, ya que es necesario para dar origen a algunos microorganismos de mi misma, pero a la vez apesta e intoxica mis días.

sábado, 6 de agosto de 2011

Locura.

-No quiero estar loca, no quiero estar loca.-Se repetía con dulzura y decepción.-Yo no elegí esto, siempre me gustó ser diferente, pero diferente y cuerda, no sé si me entiende.
Hubo un largo silencio, nadie contestó.
-Está bien, sé que dentro de mi, una pequeña parte de mi estropeada cabeza siempre supo que algo iba mal, pero de ahí a llamarme trastornada hay un paso, supongo. Pero claro, ¿quién marca la línea entre la locura y la cordura? En un mundo donde las injusticias y la desesperación vuelan a su antojo ¿quién podría tener tanta fuerza como para no desconectar su mente y reajustarla? Ya sé, eso es, no estoy loca, simplemente he reajustado mi cabeza automáticamente para soportar todo lo que hay a mi alrededor, tiene su lógica, ¿no cree?
Otra vez silencio.
-¿Sabes? llevo un rato intentando pedirte ayuda, diciéndote que hay algo dentro de mi que no va bien, algo de mi cerebro que no está sano y ni siquiera me contestas, creo que el loco va a ser tú, por lo menos yo contesto cuando me preguntan.-Empezó a sacarle de quicio aquella situación.- ¡Oh venga ya! por dios, se supone que estas ahí para ayudarme, no para evadir mis preguntas, ¿soy yo? ¿son los demás? ¿es mi culpa? ¿fue un golpe que me di alguna vez? ¡Que me respondas joder!-Se puso a llorar desconsoladamente.- Ya no me quieres, pensé que ibas a estar siempre ahí para mi, y te estoy abriendo mi corazón y ni si quiera me dices un tranquilizador: ¨no estás loca, es algo normal en alguien como tú¨ Ni siquiera eso, te odio, te odio, te odio. Ya no me quieres, está bien, yo tampoco te querré, lo siento pero esto acaba aquí.
Cogió aquel peluche, lo lanzó por la ventana y gritó:
-Te he dado mis noches, mis sueños, mi todo, me he mostrado tal y como soy y no me has querido, lárgate y búscate otra persona que te acurruque entre sus brazos, ojalá pierdas la cabeza.
Sonrió y pensó:
-Hay seres locos, ¿cómo puede estar alguien sin contestar a una persona? Me miraba fijamente y además sonriendo, bah, el loco era él.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Rocío.

Había una vez una niña con problemas.
Jugaba, tan tranquila, a dibujar serenidad en su rostro mientras vestía a su muñeca Mentiras con ropita de decepción.
Se inventaba diferentes formas de odiar al mundo y a ella misma.
Tenía un precioso castillo en el que ella era considerada princesa pero se veía dragón. Allí contaban historias muy bellas, todas esas historias que le pertenecían en su presente pero que para aquella niña eran simples cuentos lejanos, mera fantasía de felicidad, cariño y amor.
Tenía también grandes amigas imaginarias que la hacían sonreír de vez en cuando, y que ahogaban su llanto en música rock, escotes y alcohol.
Rondaban por su castillo varios principitos, azules, cómo no, que la amaban y querían protegerla de todo aquello que le hiciese daño. Principitos que no habían entendido aún que el color negro de ojos de aquella niña insolente se llamaba negro autodestrucción.
Había una vez una niña con problemas. Una mujer que nunca pudo ser niña.
Había una vez yo misma.