sábado, 31 de marzo de 2012

En tus pestañas.

Te levantas por la mañana y ahí lo tienes, la inspiración de carne y hueso, de pestañas y dedos enredados en tu pelo. Y así, como si nada, vuelves a escribir, y lo único que te anima a ello es recordar su sonrisa cansada a las siete de la mañana, dándote los buenos días.
Sus articulaciones se estiran, al igual que tus ideas.
Le preparas el desayuno, te guiña un ojo y tres horas más tarde de lo habitual amanece para ti.
Le besas, vuelves a besarlo, y otra vez y otra, y otra…y sus labios te saben a papel blanco, a boli nuevo, y lo adoras.
Piensas en lo largo que se hace el día sin él, en lo que te cuesta escribir un mísero párrafo por más que suene la música o por más tabaco que tengas.
Pronto, muy pronto saltarás al vacío y se te cogerá aquel nudo en el estómago que ya creías olvidado, pero te salvarán sus versos y todo saldrá bien, todo va a salir bien.
Cae la noche, y le pones un punto y final a este día, y te duermes en sus pestañas, en su hueco de la espalda hecho especialmente para ti. Sin miedos, sin dudas, sin peros.