lunes, 13 de agosto de 2012

Pronto.


Juegas a derramar pequeños fragmentos de tu vida por algún lugar lejano.
Permites que, al ritmo de la música, unas manos ajenas te posean, manos que no son tuyas, que nunca serán tuyas.
Y te encuentras de nuevo, sumida y sumisa ante una situación que te desagrada, una situación que te desgarra la piel como antaño hacían sus uñas, pero ya nada es igual.
Te preguntas, mientras observas a aquella dama de ojos tristes y pelo negro, inmóvil frente al espejo, cuánto durará esta situación.
Cuándo vendrá un alma que te acompañe, cuando tu atormentado destino caerá fulminado ante la buena fortuna. Cuándo, cuándo, cuándo.
Entonces, una voz, sarcástica y cruel susurra en tu oído: Pronto.
 Pronto todo cambiará, mañana será pronto, y si no, dentro de una semana, volverá a ser pronto.
Pronto este vacío irracional se evaporará con un par de besos, quizás pronto pueda recordar sin vomitar sus versos.
Quizás el tiempo pase rápido, y mañana cuando despiertes hayan pasado treinta años, quizás la semana que viene te encuentres ganándole un pulso a la desesperanza, quizás, dentro de tres días tengas a la felicidad  desnuda en tu cama.
A lo peor, mañana despiertas con tu vida agotada, y un corazón fatigado en el pecho.
Quizás pronto se haga tarde.

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