El atardecer caía sobre mí y aquella luz elevaba mi espíritu hasta niveles que ni siquiera sabía que existían.
Era una tarde cualquiera de este Julio, este Julio en el que por fin me encontré.
Aquel día fue como cualquier otro, pero simplemente me levanté y lo supe.
Estiré mis músculos y bajé las escaleras; era temprano y no había sonado el despertador aún, pero eso ya daba igual. En camiseta ancha me preparé un café, mientras el Sol cegaba mis ojos.
Me senté en las escaleras de la piscina, disfrutando de la brisa mañanera, del olor a mar, de la humedad del agua en mis pies, del sabor del café y el olor a tabaco.
Miré mi reflejo en el agua y, pese a que las ondas distorsionaban mi cara pude verme perfectamente. Era yo, cinco años más tarde de lo que recordaba, pelo despeinado, pintura corrida, sonrisa frustrada.
Sólo pude sonreír.
Bebí despacio hasta dejar aquella taza negra vacía, volví a estirarme, me levanté y me metí en la ducha.
Abrí la ventana, a estas alturas seguro que mi vecino me ha visto desnuda muchas más veces que yo misma, y me dejé secar al viento.
Volví a mirarme en el espejo y me di cuenta de exactamente lo mismo que vi en la piscina. Era yo.
Cinco años más tarde, camino de la veintena, con las mismas manías y los mismos sueños.
Pero, esta vez algo había cambiado.
Como cada mañana, después de la ducha y el rato en la ventana sentada, me vestía e iba a cumplir mis obligaciones. La mañana se me antojaba corta. Llegaba el almuerzo, y disfrutaba de mi familia, nunca los había sentido tan cerca. Llegaba la tarde y ahí estaba yo: rodeada de desquiciados que hacían de mi vida algo con sentido, y algo consentida también, pero eso ya es otra historia y depende de cual de ellos.
Llegaba la noche y me sumergía por completo en mi nuevo proyecto, para después dormir, como jamás en mi vida he hecho: plácidamente sola.
Disfruto conmigo misma emocionalmente (físicamente también, pero eso lo contaré otro día) me siento a gusto como soy. Por primera vez en mi vida estoy cumpliendo todas las promesas que me hice a mí misma y a los de mi alrededor.
Este Julio he aprendido que a veces el lastre que nos impide echar a volar no es otra persona, somos nosotros mismos que optamos por mojar nuestras alas por los demás.
Soy feliz. Soy normal. Soy libre. Soy yo.
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