jueves, 19 de julio de 2012

Abril.


Estaba tumbada en la cama, una noche más, una noche cualquiera.
Mis ojos, azules, brillaban ante su presencia, me inundaban lágrimas y melancolía cuando olía su perfume.
Puede que fuese Abril, o Mayo, o que simplemente el tiempo se hubiese detenido ante ella y me hubiese dejado a mí en vilo, esperando a que se despertase.
Me dediqué a observarla durante minutos, durante horas. El reloj a su lado, era prescindible.
Acaricié su precioso pelo largo, y me deleité con su figura.
Cuánto daño habían soportado aquellas mejillas, cuánta sangre fue derramada a sus pies, cuánta decadencia se apoyó en sus hombros, cuántas lágrimas resbalaron por sus labios.
Yo la miraba, y me mecía en su piel blanquecina, recordando aquellas palabras llenas de desesperación que emanaban sus manos días antes.
¨No puedo, no puedo¨ Susurraba aferrada a una esperanza.
Sus dedos enlazados con los míos se limitaban a suplicar.
Suplicar por mí, por el hado funesto que cubría mi destino.
Desnudó su alma, y decidió que era momento de dejarla volar.
Yo la abrazaba mientras se dejaba ir, mientras sonreía.
Había estado veintisiete años a su lado, y nunca la vi tan feliz.
Veintisiete años siendo el reflejo de un corazón atormentado, y por fin estaríamos juntas.
Miraba mi cuerpo, tumbado en la cama, una noche más, una noche cualquiera.
Puede que fuese Abril, o incluso Mayo, lo que sí era cierto, es que el tiempo se había parado para mí.
 Ahora tenía una noche eterna, sin alaridos en la oscuridad, donde mi cuerpo descansaría del sufrimiento allí tumbado, sonriente.
Abracé mi fría piel y volé.

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