martes, 31 de julio de 2012

Juventud.

Era de madrugada y no había cenado, pero eso daba igual.
Ni si quiera sabía qué día de la semana era, o qué hora era, sólo sabía que era su tiempo.
La arena se le metía en los bolsillos, fragmentos de risas, sueños y miedos, resquicios de una amistad que seguía latente.
De nuevo estaban juntas, de nuevo las tres, el triángulo equilátero, Sal, Pimienta y Orégano.
No importaban los problemas, ni la distancia, ni el olvido, ni los descuidos.
Estaban juntas.
Y era tiempo ahora de mar, de tabaco, de ron, de cerveza, de risa, de humor negro, de recuerdos, de dolor, era tiempo de vivir.
Era momento de despertarse por la mañana con una palangana llena de Mojito y gritar: !Traigo el desayuno¡

Noches de orgasmos, tríos y camas.
Días de abrazos, de heridas curadas.
Vidas unidas, locuras de hermanas.
Sangre que se evapora con un par de caladas.

lunes, 23 de julio de 2012

Nada.


Brota poco a poco por mi piel, se desliza desde el pecho hasta mis brazos, para explotar en mis manos.
Al romper la barrera entre mis dedos y la realidad, se crea un monstruo, vuelvo a nacer con otra mirada, otra aptitud, otra vida.
Tiemblo, vacía y amedrentada por ti.
Dolida, humillada, sin libertad.
Y de nuevo me encuentro aquí, sin rumbo, perdida, matándome cada madrugada, intentando renacer cada mañana.
Vomito mis versos, yéndose mis ideas por las cañerías de una casa de la que sólo quedan los huesos.
Infortunios de una vida pasada, buenos ratos, camas vacías.
Y no vuelves, y te espero, y no estás, y te siento, y no cambias y te perdono.
El día empieza de nuevo, y encierro a mi otro yo debajo de todas esas cicatrices. Con llaves, candados, cadenas, mentiras y promesas.
Haré sangrar a mis recuerdos, necesito más.
Insaciable es el vacío de mi pecho, parece un agujero negro que absorbe todo lo que hay a su alrededor para formar nada. Formando lo que soy. Transformando a mi reflejo en la cruda realidad de este día a día, donde el esfuerzo de una vida se esfuma con un par de pastillas y una navaja.

jueves, 19 de julio de 2012

Abril.


Estaba tumbada en la cama, una noche más, una noche cualquiera.
Mis ojos, azules, brillaban ante su presencia, me inundaban lágrimas y melancolía cuando olía su perfume.
Puede que fuese Abril, o Mayo, o que simplemente el tiempo se hubiese detenido ante ella y me hubiese dejado a mí en vilo, esperando a que se despertase.
Me dediqué a observarla durante minutos, durante horas. El reloj a su lado, era prescindible.
Acaricié su precioso pelo largo, y me deleité con su figura.
Cuánto daño habían soportado aquellas mejillas, cuánta sangre fue derramada a sus pies, cuánta decadencia se apoyó en sus hombros, cuántas lágrimas resbalaron por sus labios.
Yo la miraba, y me mecía en su piel blanquecina, recordando aquellas palabras llenas de desesperación que emanaban sus manos días antes.
¨No puedo, no puedo¨ Susurraba aferrada a una esperanza.
Sus dedos enlazados con los míos se limitaban a suplicar.
Suplicar por mí, por el hado funesto que cubría mi destino.
Desnudó su alma, y decidió que era momento de dejarla volar.
Yo la abrazaba mientras se dejaba ir, mientras sonreía.
Había estado veintisiete años a su lado, y nunca la vi tan feliz.
Veintisiete años siendo el reflejo de un corazón atormentado, y por fin estaríamos juntas.
Miraba mi cuerpo, tumbado en la cama, una noche más, una noche cualquiera.
Puede que fuese Abril, o incluso Mayo, lo que sí era cierto, es que el tiempo se había parado para mí.
 Ahora tenía una noche eterna, sin alaridos en la oscuridad, donde mi cuerpo descansaría del sufrimiento allí tumbado, sonriente.
Abracé mi fría piel y volé.

martes, 10 de julio de 2012

Libertad.

El atardecer caía sobre mí y aquella luz elevaba mi espíritu hasta niveles que ni siquiera sabía que existían.
Era una tarde cualquiera de este Julio, este Julio en el que por fin me encontré.
Aquel día fue como cualquier otro, pero simplemente me levanté y lo supe.
Estiré mis músculos y bajé las escaleras; era temprano y no había sonado el despertador aún, pero eso ya daba igual. En camiseta ancha me preparé un café, mientras el Sol cegaba mis ojos.
Me senté en las escaleras de la piscina, disfrutando de la brisa mañanera, del olor a mar, de la humedad del agua en mis pies, del sabor del café y el olor a tabaco.
Miré mi reflejo en el agua y, pese a que las ondas distorsionaban mi cara pude verme perfectamente. Era yo, cinco años más tarde de lo que recordaba, pelo despeinado, pintura corrida, sonrisa frustrada.
Sólo pude sonreír.
Bebí despacio hasta dejar aquella taza negra vacía, volví a estirarme, me levanté y me metí en la ducha.
Abrí la ventana, a estas alturas seguro que mi vecino me ha visto desnuda muchas más veces que yo misma, y me dejé secar al viento.
Volví a mirarme en el espejo y me di cuenta de exactamente lo mismo que vi en la piscina. Era yo.
Cinco años más tarde, camino de la veintena, con las mismas manías y los mismos sueños.
Pero, esta vez algo había cambiado.
Como cada mañana, después de la ducha y el rato en la ventana sentada, me vestía e iba a cumplir mis obligaciones. La mañana se me antojaba corta. Llegaba el almuerzo, y disfrutaba de mi familia, nunca los había sentido tan cerca. Llegaba la tarde y ahí estaba yo: rodeada de desquiciados que hacían de mi vida algo con sentido, y algo consentida también, pero eso ya es otra historia y depende de cual de ellos.
Llegaba la noche y me sumergía por completo en mi nuevo proyecto, para después dormir, como jamás en mi vida he hecho: plácidamente sola.
Disfruto conmigo misma emocionalmente (físicamente también, pero eso lo contaré otro día) me siento a gusto como soy. Por primera vez en mi vida estoy cumpliendo todas las promesas que me hice a mí misma y a los de mi alrededor.
Este Julio he aprendido que a veces el lastre que nos impide echar a volar no es otra persona, somos nosotros mismos que optamos por mojar nuestras alas por los demás.
Soy feliz. Soy normal. Soy libre. Soy yo.