Él abandonó su abrazo y se marchó en busca de una libertad inventada a lo largo y ancho de los bares.
Ella, resignada, donó su cuerpo a una soledad adquirida sin ganas ni alegría.
Él, cansado de dormir de portal en portal, recordó el cálido sueño de amor una vez vivido y regresó a los brazos de ella, en unas sábanas compartidas.
Y, como de un mal sueño, ella despertó y lo encontró abrazado a su cintura, tiernamente dormido en su regazo.
Sonrió.
Se levantó con cuidado para no despertarle, se vistió, cogió el dinero de la mesilla y se marchó.
Y es que el amor, aunque alquilado, sigue siendo amor.
Esta xicaaa, cuanto mundo hay en tan pequeña persona. El amor alquilado... nose nose... prefiero el amor de verdad del que no hay que pagar y asi robarle los besos de los labios sin que se de cuenta.
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