viernes, 21 de septiembre de 2012

Huecos.

El insomnio me devora, me consume poco a poco mientras ruedo por mi lecho.
Me abrazo a un hueco onírico, a un vacío que me cala.
Tú y tu ausencia ahora, y no antes.
Te tiñes de indiferencia, y yo, mientras, sumida en mi propio paralelismo te recuerdo lejano, tibio, candente.
Este silencio bombardea mi alma. En esta guerra, como en todas, salimos, ¡ambos! perdedores.
Yo, en ruinas, en escombros, en piedra y ladrillo derrumbado.
Esta casa sin inquilino, desvaría, huye, se esconde.
Esta cama sin compañero no acepta realidades, se camufla entre mentiras y soledades.
Aquella bailarina perdió a aquel soldado que, lejos de ser de plomo, era más bien de paja; así volaba a donde los vientos le llevasen y se pudría cuando las aguas lo mojaban.
Aguas de llantos, ahora sin dueño.
Y me aferré ¡qué remedio! a un bolígrafo y a un papel con la tenue esperanza de que se encuentren en mis palabras motivos, razones, rumores, (ganas), para hacerme dormir profundamente tras un beso de buenas noches, llevándose así, un año, 365 días de soledades y huecos oníricos en la almohada.

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