miércoles, 15 de junio de 2011

Capaz.

Sepultó su corazón bajo un bloque de hormigón, obligándole a hacer oídos sordos a cualquier palabra bonita. Le tenía prohibido dejar fluir sus sentimientos.
Aquello, podía resultar un tanto complicado a veces, pero no le quedaba otra opción, dado que después de rellenar con sollozos cada uno de los huecos que dejaron todas aquellas personas que la abandonaron, no era menester volver a hacer sitio a alguien ya no tan nuevo.
Ella, y sus absurdas formas de protegerse.
Poco a poco fue creciendo y entendió aquella frase que decía: Lo más valioso que poseemos lo regalamos como si no fuese nada importante para nosotros, nuestro tiempo.
¡Qué razón tenía esa frase! Solo esperaba que la personita que se lo dijo tuviese sus mismas palabras un poco más en cuenta actualmente.
Así pues, y cuando todas sus heridas de guerra fueron curadas apareció de nuevo ese soldado que había vuelto a ser echado.
Ella sabía con certeza lo que decían sus ojos cuando la miraba. La llenaba día a día de sonrisas, caricias, besos, abrazos…en fin, la mimaba como si aún fuese aquella niña asustada.
Fueron pasando las semanas, y sin darse apenas cuenta, se sintió protegida entre sus brazos, aunque aquel bloque de hormigón parecía inamovible.
Pasó un invierno, una primavera y estaba por pasar un verano, o dos, o tres, o lo que el destino guardase para ellos, y cuando se paró un segundo a mirar, se percató que ya le estaba dando el regalo más importante que podía darle jamás, le estaba regalando su tiempo sin pedirle nada a cambio. Le regalaba sus días, sus noches, sus risas, su llanto, sus costumbres, sus manías…le daba sin compromiso alguno su misma vida, ella solo necesitaba para ofrecerle todo eso que él estuviese a su lado.
Cuando reconoció todo esto sonrió, pero a la vez sintió miedo, ese miedo al que se había acostumbrado desde pequeña.
Pensó en volver a esconderse, en sepultarse viva, pero eso ya era demasiado fácil, además de predecible, así que decidió lanzarse de nuevo, exponerse a un daño que no tardaría mucho en llegar.
Él la hacía feliz, pero era tiempo ahora, de ser capaz de hacerle feliz a él.

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