Notaste su respiración cerca de tu boca, lo deseaste, deseaste su cuerpo, sus labios, sus manos...
No está bien, te repetiste, no es justo para él, no se lo merece, la mentira no lleva a ninguna parte, pero la atracción era fuerte, y no te pudiste resistir mucho tiempo.
Caíste en su trampa, y te dejaste seducir por su encanto.
Le besaste, no era quizás lo que te esperabas, pero él ya nunca volvería a ti y era hora, entonces, de olvidar el pasado en brazos de un encantador embustero.
Sus palabras parecían sacadas de un cuento, sus caricias eran las más dulces que tu cuerpo jamás sintió, pero esos no eran los latidos de su corazón.
Igualmente lo hiciste, sus dientes marcaban tu espalda, tus besos calmaban su respiración, te sometiste a él cual débil presa, y te encantó.
Te sentiste libre, dejaste volar tu cuerpo y tu sonrisa, te guardaste en lo más hondo cada una de esas miradas lascivas mezcladas con dulzura.
Quizás, pensaste, le estoy siendo infiel, tenías dudas, pero lo que sí sabías con certeza era que te estabas siendo fiel a ti misma y eso te hacía feliz.
Era otro hombre, otra cama, otra ciudad, él jamás se enteraría de tu traición, y porqué no, pensaste, suena divertido.
Se metió dentro de ti, y se te antojó extraño, aunque emocionante, hicisteis el amor un largo rato hasta que, entre gemido y gemido, risa y risa le preguntaste:
-¿No te sientes culpable?
-Un poco.
Y siguió besándote, te encantaban sus besos, rebosaban ternura, ese chico era un encanto, y te ofreció entre copa y copa el cariño que necesitabas desde hacía demasiado tiempo.
Os echasteis a dormir, bueno, a intentarlo.
Su mano en tu cuerpo desnudo te hacía estremecerte.
-¿La quieres?
-Sí, bueno, ya no es como antes.
Ya no es como antes, ya no es como antes, ya no es como antes. Esas palabras resonaron en tu cabeza, ya nada era como antes, era absurdo echar de menos un pasado que jamás volvería al presente.
-Y tú, ¿te sientes culpable?
-Ahora mismo no, mañana la resaca me sabrá a tabaco, culpabilidad y decepción.
Rió, tenía una sonrisa preciosa, todo en él, esa noche se te antojaba precioso.
-¿Lo quieres?
-Sí, pero me he cansado de querer, en un esfuerzo inútil, que todo sea como antes.
Se te puso encima, temblaba.
-Ten cuidado cuando hables con él, a ver si le vas a llamar por mi nombre.
-No te preocupes, os llamáis igual, soy una chica inteligente.
Te besó, otra vez, y otra y otra, y volvisteis a hacer el amor hasta que el reloj marcó el mediodía.
-¿Sabes? Es la primera vez que hago esto.
-Yo no.
-Me gusta, nos servimos de consuelo.
Y te dormiste, en unos brazos ajenos, cansada, agotada y moribunda.
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