Se sentó en la parada del autobús esperando a parte de un transporte, un milagro.
Sacó un cigarrillo y lo miró fijamente, él sabía que con solo una calada volvería a fumar de nuevo.
El por qué llevaba tabaco si había dejado de fumar desde hacía un año, tres meses y seis días era una de sus rarezas.
Lo sostuvo con cuidado, como si se tratase del más preciado tesoro. Lo olió, le encantaba ese aroma, se lo puso en los labios, entonces recordó aquella última vez que fumó:
Estaba en la misma parada del autobús, llovía y hacía frío.
Él sostenía un paragüas, y ella giraba bajo la lluvia, ella sí que era rara.
Recordó con nostalgia como reía mientras le gritaba:
-¡Oh venga! ¿no me vas a conceder un último baile?, mójate, es tan agradable...
Pero no lo hizo, no tenía ganas, la tristeza se apoderaba de su ser poco a poco.
Se la llevaban, y él no podía luchar contra eso.
Cuanto tiempo le había costado a ella enamorarlo, cuantos inviernos pasaron antes de ese primer baile bajo la lluvia, y cuando por fin él logró amarla, con sus simplezas y sus rarezas, se la llevaban
Un autobús paró frente a él,a la misma hora, como cada día desde hacía mucho tiempo.
Miró a cada persona que se bajó, pero no la encontró.
Guardó el cigarrillo en el paquete y se marchó, recordando sus últimas palabras:
-Volveré antes de que acabes con ese paquete de tabaco.
No volvió y él jamás comprendió que los autobuses llegan siempre a su hora, pero los milagros si te quedas sentado esperando no aparecen.
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