lunes, 12 de agosto de 2013

Zapatos:

De repente todo se nubla y tu mente es como una noche sin estrellas, oscura, negra, llena de nubes grises que no te permiten pensar con claridad.
Así era siempre, cuando empezaba a tocar el cielo con los dedos, una voz me susurraba al oído: no te lo mereces. Y ahí era cuando empezaba a buscar piedras con las que tropezar ,fragmentos de desolación con los que atravesar mi pecho.
Una guerra constante entre querer y no querer, entre poder y no poder, entre mí misma y mis circunstancias.
La música a veces no es suficiente, el tabaco deja de relajarte, el sexo ocasional te parece sumamente vacío.
Entonces te sientes perdida, sin rumbo, sin saber qué hacer para salir a flote. No sabes qué lastre quitarte para poder volar en paz.
¿Qué hacer cuando tu única enemiga eres tú misma?
Que las trabas del destino las dibujo en mi camino.
Que a la vez que busco la felicidad busco la humillación.
Si cada persona tiene su propia luz y su propia sombra, yo soy mi oscuridad consentida.
No sé vivir si no es con tristeza.
Como si Dolly Parton se cantase a sí misma Jolene: ¨No me lo quites sólo porque puedes.¨
Es como si buscase el silencio mientras no dejo de gritar.
Pura contradicción.
Busco mi solución en un diagnóstico, algo que me consuele, que me deje fantasear sólo cinco minutos más que todo esto no es mi culpa.
Algo que me explique que no soy yo la culpable de este juego sangriento.
Busco un razonamiento lógico y coherente dentro del más puro sentimentalismo.
Y como si mi final ya estuviese marcado en el calendario, me dejo llevar, sabiendo que un trágico final me espera, teniendo la esperanza de que mis letras perduren en el tiempo, para poder ser quizás el ejemplo de alguien, cuando ni siquiera soy el mío propio.
Cuando lo que me apetece es parar a descansar, me pongo las botas de acero y empiezo andar, andaré hasta que me sangren los pies, hasta que no sienta las piernas, porque de eso se trata, autocastigo.
Autocastigo y culpabilidad por algo que es pasado, por algo que no dependió nunca de mí.
Y como si fuese una niña desprotegida, a pesar de mi veintena, me quedo agazapada, a la espera de que alguien me salve, mientras mi enfermiza mente sabe que no quiero ser salvada.

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