lunes, 1 de noviembre de 2010

Y no comieron perdices.

La cara irónica de la vida le lanzaba un guiño, le levantó una ceja y la dejo volar sin rumbo.
Los cuentos solo están en el papel, y, aunque ella escribió con su misma sangre uno de los cuentos más bellos de la historia, con su gordo dragón, su doncella encantada, su princesa dormida y su enorme castillo amurallado, no sirvió de nada.
Aquella princesa no se despertó a base de besos, ella era más sádica, se despertó a causa de golpes, de esos que te pellizcan el estómago y te provocan náuseas, esos que se pulen con tristeza y desengaño.
No necesitó un corcel blanco para escapar ni siquiera un hada madrina, su varita mágica no soltaba polvo de estrellas, si no humo.
Puso punto y final a un cuento maravilloso en el papel, e increíblemente doloroso en la realidad, ya se sabe, las películas basadas en libros son siempre malísimas.
Y se marchó, aquel príncipe que, de algún modo jamás logró serlo, se perdió en las arenas del tiempo, en otro continente, en otra ciudad.
Ella, se disfrazó de bruja, a veces el malo es el que mejor se lo pasa, y salió a la vida, sonrió y se propuso seguir levantándole la ceja a cualquier ser encantado o encantador que pasase por su lado, quiso adoptar esa cara irónica de la vida que tanto, a veces le pesaba, pero al fin y al cabo su escoba era mucho más cómoda que cualquier caballo rescatador.

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