domingo, 26 de julio de 2009

Amaneceres.

Son las seis y media de una noche de insomio, en la que decidí no dormir por si soñaba con la realidad.
En el calor de unas sábanas vacías, que me recordaban que algún día no dormí sola, en una cama que me quedaba sumamente grande, me sentí desdichada.
Un café frío con doble de azúcar para soportar el amargo de la vida y un cigarro con el que dejar volar mi imaginación.
El cielo se tornaba anaranjado, dejando atrás residuos oscuros de una noche sin luna.
El amanecer.
Me senté a contemplarlo, no era el primero que aparecía ante mis ojos, pero ver tanta luz se me antojó optimista.
Las nubes se retiraban, el Sol ganó la jugada.
Fue entonces cuando entendí la ironía de la vida:
El mejor momento del día, sin duda, era éste, pero cuando pasa, estamos dorminos.
La felicidad pasa, sí, pero no ponemos el despertador.

1 comentario:

  1. La felicidad pasa cuando no nos damos cuenta, ironias de la vida.

    Cariño, hacia mucho que no escribias una historia tan brillante, ya era hora de que espabilases, te felicito ^^

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