Hacía bastante tiempo que tenía esa especie de pálpito
constante que te obliga a creer que va a pasar algo sí o sí.
Y es horrible, tener la sensación clara y concisa de tu propia muerte, os lo aseguro.
Siempre dije y garanticé, que iba a morir antes de cumplir 20, y hoy, a punto de cumplir 20 años y un mes puedo asegurar que mi ¨premonición¨ ha sido totalmente cierta.
Pasé un verano asustada, amedrentada por los cambios que pudiesen suceder pasado Septiembre: nuevo curso, nuevos compañeros, hermanas que se marchaban a diversos puntos de Andalucía, amores que morían y nuevas y difíciles etapas que afrontar de mi vida.
Ya no era una niña, y menos aquella niña asustada que siempre creí ser, era momento de darse cuenta de lo que había tras esa capa ancha de tela negra.
No sabía, que pasado aquel fatídico Septiembre, que hacía balancearme de puro miedo, vendría la mejor etapa de mi vida, que, dicho sea de paso, parece no tener fin.
El nuevo curso me ha hecho conocer a grandes personas, bohemios con palestina y boina que lejos de jurarme amor pasional, me juran amistad limpia y pura, de esa amistad que conocen mis MamaChichos.
Aquel amor que murió, aquella tristeza consentida, aquella casualidad que pudo (por inconsciencia) arrastrarme a la miseria, desapareció sin más, de la noche a la mañana, sin resquicio de piel bajo mis uñas, sin recuerdos que atormentasen mi alma, sin huellas. Y es que la dependencia equivoca a la razón y nubla los sentimientos.
El temor a no quedarme sola, a aquella sensación de soledad prestada que me taladraba la cabeza desde pequeña desapareció cuando, aquel Septiembre, caminaba de la mano conmigo misma, sin miedo, sin necesitar a nadie a mi lado.
Sola conmigo.
Entonces y sólo entonces, pude enfrentarme a mis fantasmas, sólo entonces pude ser libre de mí misma, descubrirme a mí y a todos los que había a mi alrededor.
Me di cuenta de esa gran familia que tengo, de mis dos preciosos tesoros escondidos bajo algún árbol de Sevilla y Granada, de lo que valgo y de que todo lo que me proponga lo voy a conseguir.
Mi temor a perderme a mí misma se disolvió en el momento en el que me encontré.
Y ahora, seis meses más tarde, puedo decir de todo corazón que todo ha valido la pena.
Todo lo malo pasado ha tenido su recompensa, los falsos amigos me enseñaron a apreciar la amistad de verdad, los hombres que quise y me defraudaron me enseñaron lo injusto que es comenzar una relación para olvidar a tu primer amor, que la lealtad con lealtad se paga y que jamás debes encadenarte a alguien sólo para no sentirte solo.
Y doy las gracias, porque en mi nueva vida ahora lo tengo a él, algo real, puro y porque sí.
Él siempre será bonito, porque no es necesario tenerlo en mi vida.
¿Que a qué viene todo esto?
Pues viene porque quiero y porque puedo, porque tenía ganas de escribir lo feliz que me siento con mi nueva vida y mi nueva forma de ser, lo feliz que me hacen mi familia, mis amigas, mis compañeros y él, que es el mejor regalo de Reyes que podría haber tenido nunca.
Y es horrible, tener la sensación clara y concisa de tu propia muerte, os lo aseguro.
Siempre dije y garanticé, que iba a morir antes de cumplir 20, y hoy, a punto de cumplir 20 años y un mes puedo asegurar que mi ¨premonición¨ ha sido totalmente cierta.
Pasé un verano asustada, amedrentada por los cambios que pudiesen suceder pasado Septiembre: nuevo curso, nuevos compañeros, hermanas que se marchaban a diversos puntos de Andalucía, amores que morían y nuevas y difíciles etapas que afrontar de mi vida.
Ya no era una niña, y menos aquella niña asustada que siempre creí ser, era momento de darse cuenta de lo que había tras esa capa ancha de tela negra.
No sabía, que pasado aquel fatídico Septiembre, que hacía balancearme de puro miedo, vendría la mejor etapa de mi vida, que, dicho sea de paso, parece no tener fin.
El nuevo curso me ha hecho conocer a grandes personas, bohemios con palestina y boina que lejos de jurarme amor pasional, me juran amistad limpia y pura, de esa amistad que conocen mis MamaChichos.
Aquel amor que murió, aquella tristeza consentida, aquella casualidad que pudo (por inconsciencia) arrastrarme a la miseria, desapareció sin más, de la noche a la mañana, sin resquicio de piel bajo mis uñas, sin recuerdos que atormentasen mi alma, sin huellas. Y es que la dependencia equivoca a la razón y nubla los sentimientos.
El temor a no quedarme sola, a aquella sensación de soledad prestada que me taladraba la cabeza desde pequeña desapareció cuando, aquel Septiembre, caminaba de la mano conmigo misma, sin miedo, sin necesitar a nadie a mi lado.
Sola conmigo.
Entonces y sólo entonces, pude enfrentarme a mis fantasmas, sólo entonces pude ser libre de mí misma, descubrirme a mí y a todos los que había a mi alrededor.
Me di cuenta de esa gran familia que tengo, de mis dos preciosos tesoros escondidos bajo algún árbol de Sevilla y Granada, de lo que valgo y de que todo lo que me proponga lo voy a conseguir.
Mi temor a perderme a mí misma se disolvió en el momento en el que me encontré.
Y ahora, seis meses más tarde, puedo decir de todo corazón que todo ha valido la pena.
Todo lo malo pasado ha tenido su recompensa, los falsos amigos me enseñaron a apreciar la amistad de verdad, los hombres que quise y me defraudaron me enseñaron lo injusto que es comenzar una relación para olvidar a tu primer amor, que la lealtad con lealtad se paga y que jamás debes encadenarte a alguien sólo para no sentirte solo.
Y doy las gracias, porque en mi nueva vida ahora lo tengo a él, algo real, puro y porque sí.
Él siempre será bonito, porque no es necesario tenerlo en mi vida.
¿Que a qué viene todo esto?
Pues viene porque quiero y porque puedo, porque tenía ganas de escribir lo feliz que me siento con mi nueva vida y mi nueva forma de ser, lo feliz que me hacen mi familia, mis amigas, mis compañeros y él, que es el mejor regalo de Reyes que podría haber tenido nunca.
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